El hombre es un ser itinerante. Un viajero que conoce cuál ha sido su puerto de salida y que asume cuál será su puerto de llegada, aún desconociendo cuándo, cómo ni dónde encontrará el punto de culminación de su destino.
En esta tensión existente entre su salida y su llegada, se juega el emocionante viaje, la gran aventura del proyecto humano. A lo largo de este trayecto, sabe el hombre que habrá de enfrentarse, sin dudas, con circunstancias diversas que le reclamarán su máxima habilidad posible como timonel, para no variar el rumbo respecto de su hoja de ruta. Esos ineludibles momentos se le presentarán como “citas a ciegas”, inquietantes encuentros en los cuales uno se debate entre la expectativa y la desilusión. Los elementos externos que hacen a la travesía incidirán con magnitud diversa, pero nunca, por sí solos, serán los responsables exclusivos del curso resultante. La clave, en realidad, será cómo aproveche las brisas y los vendavales con su propio velamen, para acercarse al destino pretendido o alejarse de él inexorablemente.
La vida del hombre se manifiesta siempre cuestionada por la misma existencia, fundamentalmente por cuatro preocupaciones que esencialmente le urgen de respuestas. Su propia naturaleza social lo enfrenta con el tema de la soledad. La presencia del otro o su ausencia; el encuentro o el desencuentro, el apego o el desapego, la cercanía o la distancia, pertenecer o aislarse... Su condición de superioridad dentro del mundo natural, lo dispone al ejercicio de su libertad. Ser libre o someterse, independiente o dependiente, autónomo o autómata... Su condición humana lo arroja a la existencia con la inquietud de descubrirle un sentido, a riesgo de caer en un profundo vacío. Su realidad espiritual, le inscribe un apetito de eternidad que se ve contrastado con los accidentes de su facticidad. Así, soledad, libertad, sentido de la vida y la muerte, son cuestiones que esencialmente le ocupan y preocupan. Será, en parte, su tarea, dar respuesta a estas esenciales y humanas preocupaciones.
Desde siempre se ha visto priorizada como cuestión aquella referida a la muerte. Esa extraña situación humana de apetito de eternidad y realidad finita. Esa casi paradójica circunstancia de estar, por un lado, preparado para saborear lo que va siempre más allá, estando, por otro lado, anclado en el más acá. Como si el contenido fuera el de una esencia fragante y valiosa, y el envase fuera precario. Esa noción de finitud, esa vivencia de transitoriedad de la vida, de fugacidad del tiempo, ha ocupado y perseguido al hombre desde siempre. Casi como siendo su principal dilema. Este lo ha llevado a aventuras de distinto tipo y fortuna, procurando la fuente de la vida eterna, el detenimiento del reloj vital, o la seguridad de la existencia de otra vida más allá de la actual. ¿Quién de nosotros no ha fantaseado en algún momento con lograr vencer a la muerte?
El hombre, tratando de descubrir el territorio que se encuentra más allá del horizonte de la muerte, ha perdido de vista y termina desocupando el territorio que se encuentra más acá de ese horizonte; preocupado por extender el término de la vida o, más aún, por tener certeza respecto de si existe otra vida después de la muerte, ha olvidado y despreciado esta vida que sí tiene –con certeza–, antes de la muerte. De ese modo, pierde la posibilidad de disfrutar y significar cada momento que enhebra su propia historia, perdiendo la oportunidad que ellos mismos encierran.
Ahora bien, es cierto que cuando nos preguntamos acerca de cuál es la preocupación esencial referida a la vida, usualmente respondemos que se trata de la muerte. La fugacidad de la vida. Sin embargo, creo que existe otra preocupación, tan esencial y complicada para el hombre como aquella, que no dice relación con la fugacidad sino con la “imprevisibilidad” de la vida. Es decir, el hombre, no sólo vivencia el afán de extender o superar la finitud, sino también el de controlar las contingencias. Sea como manifestación de su voluntad de poder, de poder controlarlo todo, sea como manifestación de su voluntad de placer, el mantenerlo todo controlado en un estado inalterable, el hombre también experimenta el afán de que todo permanezca en un determinado orden. Pero, ¿responde la naturaleza de la existencia a esa expectativa de, digamos, quietud? Por supuesto que no. La existencia es una realidad dinámica, siempre cambiante, desafiante, que apela al hombre respuestas nuevas, creativas, significativas. Entonces, esa característica de imprevisibilidad que tiene la vida humana, cuyos momentos son imposibles de anticipar con certeza, choca muchas veces con el estéril intento humano de control. ¿Quiere decir, entonces, que el hombre no puede controlar su existencia? Bien, veamos si la siguiente imagen nos permite aclarar el concepto: pensemos en un jinete, intentando domar un potro. Conoce el arte de domar, tiene experiencia en estas faenas, se sube al potro. Ese estar “por encima” de la bestia que debe domar, ese conjunto de conocimientos y experiencias que conforman su preparación, no lo liberan de caer una y otra vez del lomo del animal. ¿Qué es lo que ha sucedido? El hecho de estar “por encima” del animal, no quiere decir que se encuentre por encima del hecho. Es decir, ¿cuántas cuestiones inciden en esa faena? Estar por encima del animal no significa estar por encima de la naturaleza del mismo, por ejemplo. Del mismo modo, el hombre –tal como acontece con la analogía del jinete– sólo puede controlar relativamente su existencia. Existen contingencias que escapan en absoluto de su control. Esta circunstancia es, en muchos casos, demoledora para el hombre, siendo la clave de la vivencia de lo trágico. ¿Cuántas veces pudimos experimentar el hecho de esmerarnos en algo que, finalmente, termina frustrado por un incidente accidental, inesperado? ¿Cuántas veces pudimos sentir que el esfuerzo de toda una vida parece derrumbarse por aquel incidente imprevisto? ¿Cuántas veces derrumbarse por aquel incidente imprevisto? ¿Cuántas veces el curso de nuestras vidas cambió de rumbo a consecuencia de sucesos que sorprendieron nuestra más cautelosa y prudente planificación? ¿Cuántas veces, el paso más seguro, terminó trastabillando a consecuencia de un obstáculo insospechado? La vida parece, finalmente, desarrollarse sobre una lógica que desborda la capacidad humana de anticiparla. Esa imprevisibilidad, enfrenta al hombre con el desafío más inquietante: desarrollar su propio proyecto en medio del cambiante y dinámico terreno de la existencia humana. La única alternativa de mantenerse sobre el lomo del potro, será asirse como rienda al sentido que pueda descubrir, en cada momento de su vida.
¿Ser o no ser?, es la eterna pregunta. Ser uno mismo o ser uno más, puede ser un planteo más contemporáneo del mismo dilema existencial. Resolverlo dependerá, en gran parte, de cómo pueda cada uno de nosotros responder la inquietante alternativa de esas ineludibles “citas a ciegas” que la existencia nos propone.